Noviembre de 2019 | Por Fernando Rule Castro
El Negro Ramón Ábalo se fue armando proyectos, trabajando siempre en uno o varios proyectos nuevos, hasta después de cumplir 91 años, cuando el 10 de noviembre dijo “chau, muchachos”. El Negro decía “este año voy a salir menos, me voy a dedicar a escribir mi novela de amor, porque ahora eso es lo que quiero escribir, una novela de amor”. Eso lo decía hace ya dos o tres años… pero no se aguantaba, tenía que salir a hacer la ronda de los jueves con las Madres, a armar reuniones con los organismos de Derechos Humanos junto a los sindicatos y las nuevas organizaciones que luchan por los derechos del pueblo, porque creía firmemente que había que darles el lugar que les corresponde a los jóvenes y a sus nuevas inquietudes. Nos llamaba temprano para ir a visitar y proponerles acciones conjuntas a los sindicalistas –por los que tenía un gran respeto– para ir a saludar a los obreros de las fábricas recuperadas, para telefonear a las chicas de las agrupaciones feministas, para asistir a las audiencias de los juicios por delitos de lesa humanidad. Pero también para juntarnos a tomar un café en el centro, para conversar de cómo está la cosa, para programar un asado…
Periodista en los diarios La Libertad, El Tiempo de Cuyo y La Tarde, editor de la revista Voces, autor de los libros El Terrorismo de Estado en Mendoza, Mendoza Montonera (junto a Hugo De Marinis) y Cuentos de la Media Luna y la Calle Larga, entre Revoluciones y Guitarreadas. Sus historias de aquellas noches con sus amigos de juventud, esos intelectuales que le dieron a Mendoza parte de su carácter –Mathus, Tejada Gómez, la Negra Sosa, Tito Francia, Nolo Tejón, Armando Camín, Ciro Bustos, y los que me habré olvidado– nos fueron enseñando algo que, sabiéndolo o no, todos quisiéramos: vivir hasta el último día como si fuera el día de la primavera, el primer día de una gran historia, de una gran aventura. Su modestia lo hacía decir que él solo era “un tomador de vino” en esas juntadas de música y poesía. Su sinceridad no le permitía ocultar, nunca, que de adolescente militó unos meses en la Alianza Libertadora Nacionalista, hasta que lo echaron por zurdo, su militancia en el Partido Comunista, hasta que se calentó por su ambigüedad frente al genocidio y se retiró, hasta la reorganización de lo que hoy se llama la Liga por los Derechos Humanos, pasando por ser parte del aparato logístico y de apoyo al EGP, que estaba armando con los compañeros del Che hasta su caída (así lo menciona Ciro Bustos en su libro El Che Quiere Verte). Su relación con la militancia peronista lo convirtió en estos años en un kirchnerista fervoroso y entusiasta.
Las noches en que nos juntábamos a comer algo, y a tomar vino por supuesto, en el Club Anzorena, nos hacían creer a veces que con el Negro Ramón la revolución era posible, casi fácil, que el pueblo será feliz algún día otra vez como lo fue cuando los días eran peronistas. Se nos hacía que un intelectual debe ser un militante, o un militante estudiar como un intelectual, como el Negro.
Cuando seamos grandes, queremos ser como el Negro Ábalo.