19-11-2019 | Desde el EPM exD2 despedimos con profunda tristeza a Sebastián Moro, periodista y querido compañero de militancias por los derechos humanos.
Foto: Natalia Brite (2014)
Sebastián puso palabras y sentidos en proyectos gráficos como Río de Palabras y la cobertura de audiencias en el Equipo Juicios Mendoza; producciones radiales como La Mirilla (Radio UTN); Todas las Voces y Despacito y por las Piedras (Radio Nacional). Trabajó también para el medio gráfico de la UNCuyo y actualmente en Bolivia -donde se radicó hace casi dos años- emprendió también trabajos comprometidos con los derechos sociales, vinculado a prensa y radio del sindicato de trabajadores rurales . En las últimas semanas comenzó a colaborar con el diario argentino Página 12 actualizando la situación que se vivía en el país andino y que derivó en un Golpe de Estado.
Mucho más puede decirse de Sebastián con el dolor de su partida, la certeza de sus ideales y el orgullo de haber sido parte de la historia presente de luchas por la justicia en Mendoza.
Elegimos rendirle homenaje a través de las palabras de la periodista Mariana Olguín, amiga y colega de Sebastián. Compartimos su nota “Despacito y por las piedras al País de la libertad” publicado en el portal Nuestra Memoria
Por Mariana Olguín
Un día después, con mucho dolor, bronca, angustia y lágrimas, intento encontrar palabras que te pinten como eras, Sebi querido. Quizás porque no encuentro respuestas a todos los por qué de tu injusta partida. Quiero recordarte siempre con cada una de las anécdotas vividas a tu lado, y algunas las quiero compartir con las mujeres, esas de fierro, que estuvieron con vos hasta el final. A tu mamá Raquel, tus hermanas Peny y Melody y tu adorada Sabina. A ellas mi enorme abrazo y admiración por tanta fortaleza.
Fue hace muchos años cuando nos conocimos. Éramos peques, vos ya traías tu pluma bastante entrenada y tus ideales dispuestos a defender cualquier injusticia no sólo desde el periodismo. Junto a Peny y a Luciano empezamos “Despacito y por las piedras”. Les pibes eran provocadores, interpelaban a la policía, al ejército, a la iglesia, y toda institución que violara los derechos de cualquier persona. Sí, esas personas, las pobres, las víctimas, las que defendiste siempre; abrazaste a sus familias y lloraste con ellas. Así te recuerdo por siempre. Ese niño grande, testarudo, inquieto, porfiado, desordenado pero con un corazón enorme, sensible y compañero. A pesar que salíamos por Radio Nacional dos horas los días sábados, tenías la cabeza puesta ahí toda la semana. Llegabas con tus audios de audiencias, tu informe sobre juicios, con propuestas para llamar a grosos del periodismo. Fue así, siempre pensaste en grande. Luego de cada programa salíamos directo a tomar una cervecita y, si daba el presupuesto, una piadina, porque por más que tu hermana te retaba y aconsejaba siempre la comida estaba en segundo plano, y tu ropa cada vez más suelta a tu cuerpo era la demostración que no importaba nada más que estar detrás de la noticia, detrás de cada injusticia. Así llevaste ese proyecto con el compromiso que asumiste desde el primer día. Admirable.
Ahí te veo flaco caminando a pasos muy rápidos, con el morral en un hombro, tirando el primer pucho de la mañana, acomodándote la camisa. Estás llegando tarde por haber escrito o leído hasta largas horas de la noche y sabiendo que frenar la alarma del despertador sin levantarte ya es casi una rutina imperdonable. Llegas casi sin aliento porque sabes que ya empieza la audiencia, y cada una de ellas tiene un condimento fundamental para contar la historia completa. “¿Estoy muy despeinado?” me decías y tratabas de arreglar tu pelo, aunque para la ocasión mucho no importaba. Habíamos crecido, un poco más. “Amiga, vengo a los pedos, pero no sabés todo lo que tengo que contarte”, generabas intriga y sonreías mientras sacabas tu grabador y lo recibía el Pedrito luego de darte el abrazo del buen día. “Hola Seba, Sebita, Compañero” se escuchaba de la mayoría de las víctimas, ex presos y compañeres que hoy te lloran con angustia. Sacabas tu cuaderno y tu lapicera, que se caía reiteradas veces y generaba risas porque aún no despertabas del todo. “Soy un desastre” me decías. Cuando entraba el Tribunal a la sala empuñabas fuerte tu herramienta de escritor para no perder el registro de una sola palabra. Sufrías con cada testimonio de víctima, llorabas, me mirabas, hablábamos con la mirada por cada situación de bronca y, sólo a veces, te permitías una sonrisa en medio de tanto horror. El cuarto intermedio fundamental, el pucho y el café eran los momentos donde abrías todos los sentidos porque siempre había algún dato, alguna entrevista que pautar, alguna situación que fuera extraña para denunciar. Y sí, siempre la hubo. Recuerdo el día que terminó la primera audiencia del Megajuicio a los Jueces. Caminábamos junto a Graciela (con quien seguramente ya estarás a los abrazos) y vimos al Jefe del operativo de seguridad provincial tomando un café con uno de los represores imputados. En milésimas de segundos me sacaste la cámara y te paraste enfrente de los dos, tomaste una fotografía y luego corrimos por cuadras, casi sin aliento y con muchas risas y nervios, teníamos un trofeo en nuestras manos. Esa vez, como tantas, actuaste con valentía y coraje. Fue un escándalo que obligó al Tribunal Federal a cambiar la sala y quitarle a la policía provincial la seguridad de los juicios (otro tocaquedero de cojones para la cana). Así eras Sebi, y así serás siempre recordado por nosotres.
Tus crónicas, el resultado de tus largas horas de lectura de diversas causas, entrevistas y coberturas de audiencias, eran el recuerdo vivo de cada víctima. Todes las esperaban ansioses porque sabían que en cada pieza había un mimo al corazón, por muy cruel que fuera el relato. Allí estaba el Sebi con el profesionalismo, su pluma afinada y el amor necesario para describir todo el contexto. Así fueron tus crónicas en Unidiversidad, Radio Nacional y el Blog de los juicios, difundidas y compartidas infinitamente por todas las redes, y reproducidas por otros medios compañeros.
Sin embargo, las bestias están y estuvieron siempre a la caza: todo el registro que hiciste para la Radio Pública fue desechado.
El descarte de tus crónicas es un acto cruel y despiadado; una acción más para demostrar que fuiste ninguneado, censurado y maltratado por las bestias. Pero como siempre supiste seguir, con la frente en alto te fuiste para continuar la batalla en otro lugar.
“Tu lugar en el mundo” nos decías sobre la Bolivia de Evo, la Bolivia de la Pacha, ahí donde fuiste tan feliz, donde lograste encontrar nuevamente el amor y la adrenalina del periodismo y la militancia. Volvimos a escucharte en nuestra radio, tu radio. Volvimos a leerte y esta vez en Página 12. Que orgullo amigo, porque el pibe ya era inalcanzable. Pero las bestias también llegaron y te destrozaron el corazón. Entonces volaste para ser libre. Como dice Gieco: te buscaremos y te encontraremos en el País de la Libertad.
Fuimos amigos, muy amigos, estuvimos en las buenas y en las pálidas siempre. “Me va a matar la melo, tengo que ir a ver a la Sabi, hace como dos semanas que no la veo” decía por su sobrina y le brillaban los ojos, la amaba profundamente. Su madre, Raquel allí estaba siempre, cuando vivías en Mendoza te llevaba comida -la gran preocupación de todes- porque por escribir apenas te acordabas de respirar. La Peny, esa leona, te defendía de cualquier ataque y estaba ahí para curarte siempre las heridas. Y la Melo era casi tu segunda mamá, respetabas sus consejos, y mucho. Los cafés, los bares, y “Rumbo Perdido” cómo olvidarlo, porque también nos permitimos bailar y reír a carcajadas. Peleas las tuvimos y muchas, porque dos taurines difícil es que no crucen los cachos en algún momento. Pero el abrazo siempre nos encontraba al final.
Te quiero hasta el infinito amigo, compañero, hermano. Fuiste un grande. Sos un grande. Te veo junto a Walsh, Urondo, el negro Ábalo (que está recién llegado como vos) y tantes otres grandes narrando las historias de ese lugar. Te veo abrazándote con les 30 mil, te veo con Seba Bordón, Lucas Carrazco, con su mamá la Vivi Espina, con la Alicia y todas las víctimas por la que diste la vida.
Te veo por supuesto, con el Che, con Fidel, con Chávez, con Néstor, con Perón y con Evita.
Te veo, por fin, otra vez con tu viejo.
Nosotres acá vamos a levantar tus banderas: la de la justicia y la igualdad, la de la pacha, la de la Patria Latinoamericana hasta el final de nuestros días.
¡HLVS Sebi! ¡Sebastián Moro Presente. Ahora y siempre!