
14-09-2025 | Durante el terrorismo de Estado, en Mendoza, las fuerzas represivas no solo secuestraron personas: también se llevaron sus libros, considerados “subversivos”. En democracia, esos ejemplares se transformaron en prueba irrefutable del horror y hoy integran la Biblioteca de la Memoria del EPM ex-D2.
En tiempos de dictadura, el miedo podía entrar de madrugada, con un portazo, con botas que arrasaban la intimidad de una casa. Los operativos represivos de las patotas militares y policiales en Mendoza dejaban un saldo brutal: militantes secuestrados, familias destruidas, objetos personales robados. Y también, silenciosamente, libros arrebatados de bibliotecas personales y familiares.
Parece fácil comprender por qué los aparatos de inteligencia veían “el enemigo” en estudiantes, sindicalistas, militantes sociales o integrantes de partidos políticos. Criticaban un orden injusto, cuestionaban un modelo económico, se oponían al régimen. Pero… ¿qué podía haber de peligroso en un libro?
La respuesta está en la propia definición de “subversivo”. Subvertir es alterar un estado de cosas dado, y los libros, con su potencia transformadora, con su capacidad de transmitir ideas y sueños de emancipación, también eran considerados una amenaza. No solo se buscaba silenciar voces, sino también apagar pensamientos.
Con la llegada de la democracia, cuando la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) visitó Mendoza para investigar los crímenes del terrorismo de Estado, un grupo de sobrevivientes recorrió el edificio del D2, antiguo centro clandestino de detención que funcionaba en pleno centro de la ciudad. Querían reconocer los espacios donde habían estado en cautiverio.
En la zona de calabozos, Silvia Ontivero —sobreviviente— pidió abrir la celda del fondo. Producto de la tortura, allí había muerto Miguel Ángel Gil —un compañero suyo— y el lugar parecía clausurado en el tiempo. Lo que encontraron al abrir la puerta sorprendió a todo el grupo: cientos de libros apilados en la penumbra. Uno cayó al suelo, a los pies de la mujer. Era Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Roberto Marmolejo —otro sobreviviente— lo alzó, lo abrió e, inmediatamente, se lo dio a su compañera porque le pertenecía a ella. En la primera página había una dedicatoria: se lo había regalado su hermano y lo tenía sobre su mesita de luz cuando fue secuestrada.
Ese hallazgo fue una prueba irrefutable de que el D2 había funcionado como centro clandestino de detención, torturas y exterminio. Los libros secuestrados junto con las personas se convirtieron en testigos materiales de la represión. Relataban, en silencio, una historia de censura política y cultural que buscaba borrar toda huella de disidencia.
A fines de la década de 1990, ese acervo fue entregado a la agrupación H.I.J.O.S., que lo resguardó como parte del patrimonio de la memoria colectiva. Con el paso de los años, y la creación del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos ex-D2, estos libros recuperaron un lugar de cuidado, preservación y reconocimiento.
Hoy, integrantes del EPM se ocupan de sistematizarlos e inventariarlos. Su deseo es que muy pronto puedan conformar una sala de lectura abierta al público, un espacio donde la comunidad pueda acercarse a esos textos que sobrevivieron al intento de ser borrados. Porque cada ejemplar lleva consigo una historia: la de quienes lo leyeron, lo atesoraron, lo perdieron en un operativo, lo reencontraron décadas después. El ilustrador Andrés Guerci publicó este relato en la historieta Mesita de luz, en la que recrea el devenir de los hechos y reconoce a cada participante, a cada sujeto de la historia pasada y presente.
La Biblioteca de la Memoria de Mendoza es, en ese sentido, mucho más que una colección: es un archivo vivo que resiste al olvido, que denuncia la censura, que rinde homenaje a quienes soñaron con un país más justo. A diez años de la apertura del EPM, el desafío es que cada vez más personas conozcan esta historia, para que el pasado nunca más se repita y la memoria se mantenga encendida.